La palabra y sus efectos

Reflexiones Cristianas

El que guarda su boca guarda su alma; Mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad.” (Proverbios 13:3)

¿Nos hemos puesto a pensar qué sucedería si las personas no tuviéramos la capacidad de hablar? Inicialmente imagino un mundo en que la comunicación sería imprecisa y precaria, posiblemente basada de gestos faciales y corporales y en rudimentarias interjecciones para denotar alegría, pena, sorpresa, dolor, etc.

Pero la creación de Dios es perfecta y cada una de las cosas que encontramos ante nuestros ojos tiene una razón de ser y estar. Así, este instrumento sonoro llamado palabra.

De hecho, esta capacidad innata de hablar nos viene del padre, porque desde el principio Él se manifestó a sus hijos a través de palabra divina. Desde Adán, Abraham, Moisés pasando por otros profetas del antiguo testamento como Elías, Jacob, Jonás, Samuel, David, Isaías, y alcanzando su máximo poder en nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles, Dios hizo escuchar su voz a su pueblo y por ella estos siervos hablaron al pueblo de Jehová.

Cada uno de nosotros posee también el don de hablar y puede ponerlo al servicio del espíritu que Dios, y cuando esto suceda, podremos edificar grandemente. No obstante, podemos hablar por nuestra propia cuenta, y quizás también podríamos llegar a decir cosas inteligentes, pero como humanos imperfectos también corremos el riesgo de destruir y dañar a través de nuestras palabras.

Es por ello que este proverbio del rey Salomón viene a ser una exhortación vital para todos nosotros que a diario, sin poder evitarlo, abrimos nuestras bocas para expresarnos.

Porque por nuestra boca podemos alegrar a nuestros hermanos. Un simple “Buenos días” cargado de afecto puede un estímulo grande para cualquier persona aunque por estar ensimismados en nuestros pensamientos, en ocasiones, ni siquiera expresamos esto al que está a nuestro lado. Decir “¿Puedo ayudarle?” también puede ser muy edificante.

Como cristianos comprometidos, debemos gozarnos en el servicio y la solidaridad con los necesitados y para ello debemos expresarlo tantas veces como sea posible. “Te amo”. ¿Qué expresión podría superar la sinceridad de estas palabras expresadas de corazón hacia nuestro ser querido?

Así como nuestro señor Jesucristo nos amó y nos encomendó hacer lo mismo, también nosotros podemos declarar nuestro amor y respaldarlo con nuestros actos. Lo mismo se aplica si decimos “Perdóname” y “Te perdono”. Estas frases son el mejor bálsamo de alivio para nuestras almas cargadas de culpa y dolor.

Pero por nuestras bocas podemos tristemente destruir corazones, incluido el nuestro. No hace falta hacer un listado de frases inapropiadas con las que muchas veces lastimamos al prójimo. Sobre todo en esos momentos donde hemos perdido el control de nuestro ser, nuestra boca viene a convertirse en un arma muy peligrosa; y no solo para el prójimo pero también para nosotros mismos.

Pensamientos negativos son la forma de dialogo más duro que podemos experimentar. Ante ello, debemos ser el doble de prudentes y poner cerrojo a nuestra boca y clamar a Dios que él renueve nuestro raciocinio y nos otorgue pureza de palabra.

Callar es también una forma de comunicar. En momentos apropiados, guardar silencio puede ser lo más sabio que podríamos hacer. Y sin embargo, cuando estamos en la obligación de hablar y no lo hacemos podríamos dejar pasar oportunidades valiosas para solucionar problemas o para obtener oportunidades en las diferentes facetas de nuestras vidas.

Finalmente, orar es una forma elevada de comunicación con el Padre. Sin duda, es el momento cúspide cuando debemos emplear con sabiduría nuestras palabras para alabar, glorificar, agradecer, rogar e interceder. Porque el padre siempre escuchará nuestras oraciones en tanto que las pidamos de corazón y con fe y no solo con los labios.

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